La dinámica educativa presenta complejidades organizacionales muy propias, esto exige valorar y comprender lo diverso de lo humano. La realidad cotidiana de una institución de educación, es mucho más que lo meramente cognitivo; en las urgencias del día a día se necesita disponer de capacidad de decisión entre las múltiples miradas de los equipos responsables, los que se encuentran además, en variadas etapas vitales.
Por ello, el desarrollo de todos los docentes involucrados en los procesos de educación requiere, cada vez más, detenerse para poder decir de sí mismo con responsabilidad y así sostener un proyecto educativo coherente.
La tarea de acompañar a otro ser humano (a un estudiante) a crecer, exige formar docentes adultos, que se atrevan en la tarea de sostener las preguntas de quienes acompañan y sepan descubrir la relevancia del trabajo en equipo.
Muchas veces hay diversas temáticas docentes que no tienen cómo ser elaboradas generando problemas de clima y sufrimiento que se traduce en desgano, aunque se guste de la profesión.
Hay que disponer espacio para abordar colectivamente los aciertos y dificultades propias del trabajo, de manera de construir en conjunto estrategias que permitan fortalecer la labor con los estudiantes en los tiempos actuales.
Por ello, no es menor permitir pensar y elaborar las implicancias de ser profesor y caminar hacia el ejercicio adulto de la docencia. Es justamente la palabra la que se pone al servicio en el aula para entregar contenidos, formación y trascendencia.
En este sentido, el profesor debe perfilarse como una persona íntegra, de gran espíritu solidario, comprometido con los valores fundamentales y trascendentales, que mire a la educación como la mejor forma de canalizar su vocación de maestro, que atienda a los estudiantes con una dedicación constante y sincera. Sin embargo, esta tarea no es fácil pues la eduación está cruzada por múltiples variables donde éste no siempre encuentra los respaldos para profundizar su quehacer, debido a que la lógica educativa está teñida por el luenguaje de la «competencia» y todas sus implicancias de una sociedad de consumo.
Por todo esto, es cierto que saber de didáctica educativa o de contenidos es fundamental. Pero, un profesor requiere por sobre todo capacidad de relato de sí mism0, de manera de lograr transmitir aquello que le brota desde dentro y que se volverá coherencia de vida cada vez que entregue sus materias y/o acompaña a su estudiante. Pues éste recordará en el futuro; aquella palabra sabia, mirada compasiva o contención justa que por «allá entonces» le entregó su profe y que se tornó huella profunda para su vida de adulto en su «aquí y ahora».
Ps. Mauricio Pizarro Castillo