En esta crisis sanitaria inesperada y sin previo aviso, nos hemos adaptado rápidamente, ha sido un aprender “sobre la marcha” y permanecer “expectantes” durante meses. Permítanme detenerme un momento en la “expectación”, pues creo que es importante hacer una pequeña referencia. Ésta es una idea de algo que sucederá, generalmente pronto, pero que no sucede en ese preciso momento en que se espera, por lo tanto, genera una sensación constante de agotamiento sin tiempo ni espacio al descanso. Lo que implica que queden involucrados importantes montos de energía psíquica que debiesen estar destinadas a otras funciones. De ahí que el estrés y la ansiedad haya cobrado protagonismo y fragilizado en ocasiones nuestras relaciones vinculares y las capacidades de respuestas en los distintos ámbitos en que nos desenvolvemos. Ha sido tiempo exigente.
¿Cómo hemos respondido entonces, en este nuevo escenario en el trabajo, en casa, en pareja, con los hijos e hijas etc.? Posiblemente durante el “primer tiempo” de la pandemia no fue tan difícil, incluso novedoso, pero una vez entrados en un tercer o cuarto tiempo, la incertidumbre –y no sería de extrañar- se apareció como “alma en pena” con todos los “fantasmas” que ello implica.
Ahora bien, tal vez un reaprendizaje de este tiempo –que muchos ya califican como un cambio de época- es que la incertidumbre de esta pandemia, nos ha revelado –recordado más bien- una verdad: Creíamos tener el control de las cosas, de nuestra vida y de nuestras acciones, pero ¿de qué control se trataba?, ¿de qué ilusiones vivíamos día a día? En definitiva ¿de qué hablábamos cuando hacíamos alusión a las certezas de nuestra existencia?.
Reveladores interrogantes que nos dejan sin saber mucho qué responder hasta recobrar el aliento. Pero, no creamos que todo está perdido, pues hay esperanza, ésta -en los términos más paulinos posibles- se refiere a poseer desde ya, es decir, a disponer por anticipado aquello que se anhela y que aún no llegado. Esta virtud, (que como todas requiere ser cultivada durante largos años) nos brinda la hermosa posibilidad de animarnos a entender y aceptar estos tiempos complejos. Pero, además, nos enseña un camino para observar la propia vida: mirar dónde están puestos nuestros “acentos fundamentales o fundacionales” y de qué –en consecuencia- debemos hacernos cargo.
La pandemia ha tenido de luz y de sombra, nos ha hecho temer lo peor, incluso muchos hemos sido protagonistas de tragedias familiares, sin embargo, en su lado más luminoso nos ha recordado que la salida, la única posible, es hacia adentro, es decir, para “salir jugando” y adaptarnos hay que volcar la mirada hacia sí mismo e ir en búsqueda de nuestras propias capacidades, de nuestras virtudes que hemos aprendido desde la más tierna infancia y que nos han hecho ser las personas que hoy somos. En definitiva, la pandemia y sus vicisitudes son una oportunidad para continuar el peregrinaje hacia nuestra propia adultez y seguramente siempre podremos contar con personas cercanas, compañeros y compañeras de trabajo que nos animarán con la escucha atenta y contención justa.